Sinceramente, te algo.
Es difícil, cuando estás tan segura de todo, aceptar que en realidad no sabes nada. Yo lo estaba, segura de nosotros, de ti, de mí, del mundo. Y ahora simplemente… no lo sé.
“¿Qué no sabes?” —se atrevieron preguntarme. “Absolutamente nada” —les respondí.
Y es que cómo explicarse a uno mismo que el vaso lleno en realidad está medio vacío. Que las estrellas brillan y no por ti. Cómo explicarme que todas mis convicciones no yacen sobre tierra firme sino en un pantano. Que el mundo gira y no se detiene, por nadie. Ni siquiera cuando yo lo sentía así cada vez que estaba contigo.
“¿Existen los colores? ¿O son una ilusión como todo este teatro del que eres anfitrión?”
¿Me amas? Sé que sientes algo por mí. No sé si amor, cariño, aprecio, agradecimiento. No lo sé.
Me has dicho “Te amo” tantas veces y hoy sólo pienso en cuántas veces debía corregirte: “No, no digas te amo. Te algo.”
“¿Realmente el agua moja? ¿O es el calor de estas lágrimas las que me dejan la cara ardiendo y roja?”
Y pensar que de todo el mar de confusión en que me encuentro, lo único que sé es que te amo.
“Amor. No algo.”
Te amo y duele.
Duele porque no sé más que eso: Que te amo, que lo tuyo es a medias, que tú aún lloras por ella.
“¿En verdad existe tal cosa como el amor? ¿O no es más que una leyenda de la cual alguien una noche, a la luz de las estrellas y entre susurros, me contó?”